Wed, 14 Sep 2016 15:20:09 GMT
Para ella no existe “el no puedo”, ni pretexto para no hacer las cosas. Es tenaz, perseverante, incansable, y también soñadora, dulce, compresiva. Dispuesta siempre a compartir lo que la vida le dio: el conocimiento.
Cada día para ella representa una nueva oportunidad de dar lo mejor de sí a los demás, en el barrio capitalino de Tepito.
Su lema de vida ha sido aquel adagio de “el que no vive para servir, no sirve para vivir”. Y así lo ha hecho doña Teresa Bonilla Grimaldo, septuagenaria, alfabetizadora desde hace dos años del Instituto Nacional para la Educación de los Adultos, a quien la vida le ha dado oportunidad de hacer lo que más le gusta: enseñar y seguir aprendiendo.
Su vocación era la docencia, pero la vida la llevó por otros caminos.
El rostro de doña Tere muestra dulcemente la huella del tiempo: tantas arrugas, como alegrías, le han dado sus más preciados tesoros, sus hijos, nietos y bisnietos.
El pecho de doña Tere se ensancha de alegría y, llena de orgullo, menciona a sus cinco hijos: uno catedrático en la Universidad de Baja California, con tres carreras; otro, operador del Optibús de León; uno más con negocio propio. Y dos radicados en la Ciudad de México: una enfermera, el otro trabajador en una editorial.
Lectura de Tepito. Con sus 73 años a cuestas, toda la semana doña Tere acude puntual a cumplir con su misión de enseñar a leer y escribir en la Parroquia de la Concepción Tequipehuca, a un para de kilómetros de los principales centros de poder del país, el Palacio Nacional…
Nunca ha tenido ningún problema con la gente del barrio bravo, porque “yo siento que éste es mi escudo protector, sonríe mientras con el puño derecho aprieta fuerte su chaleco color caqui de alfabetizadora del INEA. Paso saludando a todo mundo”.
Suspira mientras cuenta con una expresión de plena realización en el rostro, que va a dar clases a muchachas ansiosas del aprendizaje.
Para atenderlas, Doña Tere le reduce tiempo a sus actividades para darse a ese grupo de seis mujercitas, todas ellas de más de 70 años de edad.
La mayoría de estas alumnas, revela doña Tere en voz bajita, llegó sin saber leer y ahora algunas ya han terminado la primaria y van por la secundaria. “Sólo por el placer de hacerlo, porque están convencidas de que pueden”.
Camina a paso lento, pero está firme en sus metas: doña Tere Bonilla de Grimaldo quiere terminar la licenciatura en Economía en la UNAM, la cual dejó trunca en 1968. En ese tiempo tuvo como maestro a Vicente Lombardo Toledano, quien le impartió Doctrinas Económicas. La enfermedad alejó a aquel maestro histórico de un curso que concluyó su adjunto, Eli de Gortari; “fui afortunada al tener maestros de primer nivel”.
Una amplia sonrisa que refleja que no cabe en su gozo; se le dibuja en el rostro mientras cuenta: “No sabes lo bonito que se siente cuando un alumno que certifica su secundaria viene y te dice que por fin pudo conseguir el empleo que deseaba”.
“Tengo una alumna de más de 70 años, que está por terminar su primaria y va a seguir con la secundaria. Yo ya le dije que cuando termine, yo misma voy a capacitarla para que sea alfabetizadora como yo”.
Esta mujer singular refiere que tiene 13 nietos y dos biznietos, y se le quiebra la voz y se le escapan lágrimas cuando cuenta que uno de sus nietos acaba de titularse en Economía: “En su tesis hace un reconocimiento muy sentido a su mamá, que lo ayudó mucho, pero el reconocimiento más especial fue para mí”.
AFAN DE SERVIR. La señora Bonilla Grimaldo recuerda que uno de sus hermanos fue ingeniero agrónomo, y el primero de su familia en convertirse en alfabetizador del INEA, en Sahuayo, Michoacán. Sin proponérselo, Tere siguió sus pasos.
Cuando cursaba el quinto de primaria, la directora de la escuela le pidió se hiciera cargo del grupo de segundo año que se había quedado sin maestro. Salió avante.
Su principal motor fue dar un servicio a personas que no tuvieron las mismas oportunidades que ella. Ayudar a los demás le permite, indica, ayudarse a sí misma, al sentirse productiva y útil.
A todos los alumnos que ha tenido como alfabetizadora –dice— los lleva en el corazón. Todos son motivo de orgullo. Pero también le duelen los que se quedan en el camino, algunos por adicciones. “Sí, no te lo voy a negar, me duelen y me duelen mucho”.
A todos, sin embargo, les da el mismo consejo: “no permitan nunca que nadie les diga que no pueden, que no son capaces o que ya se les pasó el tiempo. Les pido convencerse de todos podemos lograr lo que queremos. Sobre todo los jóvenes, que tienen hoy tantas oportunidades para salir adelante. No hay gente burra…”.
Trabajo en casa. Reconoce doña Tere que los años pesan, pero no se deja vencer. Lo que comenzó como intención de dar clases una hora al día, dos o tres veces a la semana, acabó con turnos mañana y tarde, toda la semana, y hasta en cuatro diferentes centros de alfabetización.
El intenso trabajo tuvo repercusiones en su salud. Optó por dar sólo dos horas diarias y dejar dos grupos.
Esta semana comenzó con dolores en sus rodillas, pensó en qué va a pasar cuándo ya no pueda ir; entonces se dijo: “¡pues iré a decirles que el que quiera, puede venir a mi casa”.
Se pone inevitablemente lúgubre doña Tere: “Creo que me voy a morir enseñando o haciendo algo de provecho”. Luego avanza hacia la mesita en torno de la cual la esperan sus ocho alumnas.
Con apoyo en los libros del INEA La Palabra, Para Empezar y Matemáticas para Empezar, comienza una nueva clase...